Nuestra historia de amor

Antonio y Karen se conocieron, como no podía ser de otra manera, con el corazón puesto en lo trascendente: en una reunión dedicada a aquellos llamados a la misión, a esparcir la luz en el mundo.

No fue un flechazo, sino el lento y dulce florecer de una amistad profunda. Sus días se llenaron de mensajes que iban y venían, invitaciones a reuniones de la iglesia, conversaciones sobre fe, propósitos, y el anhelo de servir.

El día que lo cambió todo llegó con una nota de dulce ironía. Habían quedado en ir juntos a un concierto orquestal en el majestuoso Palacio de Bellas Artes. Antonio llegó puntual, pero Karen se demoró, atrapada en una reunión crucial del ministerio. Eso demoró el tiempo de llegada y las puertas del teatro ya estaban cerradas, las melodías de la orquesta resonando inalcanzables tras la gruesa madera.

Pero lo que perdieron en música, lo ganaron en intimidad. Sentados en un café cercano, bajo la tenue luz de la noche, su conversación se desvió de lo cotidiano a lo esencial. Fue una charla tan profunda, tan honesta, que cada palabra era una llave que abría la puerta al alma del otro. Esa noche, ambos se vieron de verdad: sus sueños, sus miedos y también sus fortalezas.

Esa noche dio paso a una serie de citas, recorrieron la ciudad, compartieron risas, y lo más importante, se fueron conociendo más y más. Antonio ya no podía negar lo que sentía. Una tarde, con el alma en vilo, se postró. Oró con fervor, pidiendo a Dios una confirmación, una señal clara de que ese amor era parte de Su plan eterno.

La respuesta llegó con una paz inconfundible. Antonio supo entonces que lo que sentía por Karen no era pasajero; era el inicio de algo sagrado.

Al verla de nuevo, no titubeó. Mirándola a los ojos, con una serenidad que solo la convicción da, le dijo: "Karen, Quiero casarme contigo. Pienso que Dios ha unido nuestros caminos para compartir nuestra vida y sirvamos juntos.”

Las palabras tocaron el alma de Karen. Ella sintió la misma certeza. Desde ese instante, su relación se convirtió en un pacto de tres: Antonio, Karen, y Dios que los había unido.

Han hecho de la oración su ancla y su brújula.De la mano, aprenden y se fortalecen mutuamente, dejando que Dios los madure y les dé la sabiduría para construir un futuro sólido, lleno de propósito, esperando pacientemente por el día en que su fe se convierta en vista, y su amor terrenal se una a la eternidad. Dios no solo unió sus vidas; Él se convirtió en el centro de su historia de amor.